El antes y el después de dos sobrevivientes de Pelluhue
Las historias de Lucila Alarcón y Rosa Peñaloza fueron publicadas por La Tercera en ediciones conmemorativas del 27F en 2012 y 2013, respectivamente. Hoy, ambas mujeres hacen una retrospectiva de las vivencias, sufrimientos y aprendizajes de estos 10 años. El terremoto y tsunami cambiaron sus vidas para siempre y, aunque lo perdieron todo, lograron seguir adelante.
Mirar el mar de lejos
Lucila llora cada vez que recuerda esa noche. La ola que la arrastró tenía cinco metros y tuvo que luchar contra la corriente. Después se encontró con su marido y su perro. En la nota de 2012, la pareja contaba que habían vuelto a levantar su casa a la orilla de la playa, pero eso solo duró un tiempo. Eventualmente, el recuerdo del tsunami los obligó a reubicarse.
“Días antes del maremoto, la casa se me llenó de pulguitas de mar. Se daban vueltas por la cocina; subían por las paredes; venían. En ese momento no imaginamos que pasara algo. Ahora pienso que la corriente de agua estaba cambiando y que esas pulguitas estaban arrancando".
Vivíamos frente a la playa, al sur de Pelluhue, en una casa de dos pisos. Mi marido, Diego, fue pescador toda su vida y yo vendía piures, locos y jaibas en el centro. Sobrevivíamos gracias al mar.
Cuando los médicos le dijeron que tenía que jubilarse instalamos un almacén al lado de la casa. Mucha gente iba a comprar. Así formamos un hogar y pudimos pagar los estudios a nuestros hijos. Nos fue tan bien, que pudimos comprar una camioneta y construir cabañas para arrendarles a los turistas.
El terremoto no le hizo nada a nuestra casa. Se movió, pero no se rompió nada. Ni siquiera los vidrios. Yo le decía a Diego que nos arrancáramos por si acaso, pero él no quería. Las personas que estaban arrendando al lado nos llamaban; entonces accedió.
Debían ser las cuatro de la mañana. En mi cabeza le rezaba a Dios.
"Taitita Dios, si me dejas viva, déjame a mi marido y a mi perrito. Es lo único que te pido. A mi marido y mi perrito. Le nombraba a mi papá y mi mamá, que habían muerto años antes, para que me ayudaran”.
Veía pasar muchos escombros a mi alrededor. En un momento logré agarrarme de la protección de una construcción que estaban haciendo cerca de mi casa. Me aferré a eso y esperé que pasara la corriente. En medio de eso, me enterré tubos y pedazos de lata en la cara.
Una vez que pasó la ola pude levantarme. Estaba llena de sangre. Me fui gateando a la casa de mi hermana, que vivía en un cerro, frente al mar. Cuando me vio, me empezó a limpiar la sangre y la arena. Yo solo preguntaba por mi marido y por Pelusa, mi perrita.
Diego se salvó porque sabía bucear. Logró salir de la camioneta y nadar en medio de la corriente para tomar aire. Después se agarró de un pedazo de lata para salir de ahí. Nos encontramos afuera de la casa de mi hermana. Un vecino que me había visto le dijo que estaba ahí. Un día después encontramos a Pelusa en la playa. Fue un milagro.
Llevamos 52 años de casados y nunca hemos peleado. Somos inseparables. Las únicas heridas que tengo me las dejó el mar.
Cuando ustedes vinieron a entrevistarnos habíamos terminado de construir una nueva casa, en el mismo lugar en que estábamos antes, a metros de la playa. Nos ayudó el gobierno. Ahí estuvimos dos años, pero no pude más. Le tenía pánico al agua.
Desde el 27 de febrero del 2010 que no vuelvo a la playa. Ni siquiera me atrevo a tocar la arena. A veces, Diego baja a buscar cochayuyos, pero le pido que no lo haga. Veo las olas y siento pánico.
Ahora estamos los dos jubilados. Entre los dos sacamos $ 120 mil pesos de pensión, que la gastamos toda en remedios. Nuestros hijos nos ayudan con dinero y con la casa. Estamos enfermos. Yo tengo artrosis y ya no puedo hacer nada.
Pero si seguimos vivos es por algo. Hace poco fuimos abuelos.
Nunca abandonar El Mariscadero
En la nota publicada en 2013, Rosa Peñaloza contaba cómo estaba recuperándose tras haber perdido su casa y la amasandería que tenía a orillas de la playa. Es exactamente en ese mismo lugar, y con la ayuda de varias personas, que levantó nuevamente su negocio y hoy les da trabajo a otras mujeres como ella.
“Acá parecía que hubieran tirado una bomba. Todo eran escombros, no había calle, era como un acabo de mundo. No lamento las pérdidas materiales, eso se recupera. Lo que me duele son los recuerdos de mis hijos. Tenía una caja de fotos y regalos de ellos. No quedó nada de eso. Mi esposo ya había muerto y nuestros hijos estaban estudiando. Soy mamá y papá al mismo tiempo. Así que tenía que levantarme.
En medio de los escombros empecé a buscar a personas que me pudieran ayudar con mi negocito. Alguien me regaló un horno y otra persona me ofreció comprar varios productos a la vez.
Mucha gente me decía: ‘¿Cómo se le ocurre volver acá?’. Pero no tenía otra opción. Acá nacieron, se conocieron y se casaron mis padres; después nacimos todos sus hijos. No me iba a mover de El Mariscadero. Había noches en las que me sentaba y le pedía a Dios que me iluminara por el mejor camino. Si acaso estaba bien lo que hacía. Pero la verdad es que tenía que trabajar y generar dinero.
A veces quisiera no recordar. Tras el terremoto nos quedamos todos despiertos. Pensamos que iba a pasar, pero un sobrino nos avisó que venía la ola. La noche estaba clara, había luna llena. Era una montaña de agua que venía hacia nosotros. Arrancamos lo más rápido que pudimos. Todos en pijama, salimos con lo puesto.
Mi hermano perdió una casa preciosa que tenía en la playa. Lloraba en mi hombro. Le di fuerzas. Le dije que algún día nos íbamos a parar, que estuviera tranquilo, que la pena iba a pasar.
"Me bautizaron como Rosa, la valiente de Pelluhue. Fue días después del terremoto. Vino el periodista Roberto Bruce a entrevistarme y vio que estaba levantando mi casita entre todo el desastre. Él me abrazó, lloró conmigo y me dijo: ‘A usted le vamos a poner así, Rosita, la valiente de Pelluhue, porque de verdad es una mujer muy valiente por lo que hizo y está haciendo'. Un año después, él murió en el accidente de Juan Fernández. Lo recuerdo mucho".
Durante los primeros meses dormía al lado de los hornos para hacer pan. Dormía en una camita de una plaza que todavía la tengo de recuerdo. A veces me daba insomnio y aprovechaba de trabajar en la madrugada. Otros días me quedaba mirando las olas en el mar y me daba miedo, mucho miedo. Eso se fue pasando de a poco.
He salido adelante con mucho esfuerzo. Recibí $ 4,5 millones del gobierno y puse $ 500 mil de mi bolsillo para armar nuevamente mi negocio. Los turistas me ayudan mucho. Vienen a comprar empanadas; de mariscos, pino y napolitanas. Con los años he ido ampliando el lugar. Planté flores que han crecido muy lindas. Lo último que hice fue un ventanal grande en la terraza para que los visitantes tengan vista al mar.
Los 27 de febrero siempre son tristes. Cierro el local a las 21.00 y me quedo conversando con mis trabajadoras. Es un recuerdo muy profundo que nos afecta a todas las personas que vivimos en Pelluhue.