Alejandra era súper tierna y tenía una voz muy dulce. No tuvo una vida fácil, pero era una persona de mucho esfuerzo. Estudió para ser parvularia y trabajaba en un jardín. Le encantaban los niños y era muy dedicada con Joaquín, nuestro hijo.

La última vez que la vi fue la noche anterior al terremoto, cuando fui a dejar a nuestro hijo a su casa, cerca de las once de la noche. Horas más tarde ocurrió la tragedia. Yo aún estaba cerca, así que partí de inmediato para allá.

Llegué y estaba todo en el suelo, pero pensé que habían salido y los empecé a buscar por todas lados. No los encontré. Al otro día los bomberos levantaron los escombros y ahí estaban.

Solo quiero pedirles perdón por no haber estado cuando me necesitaron.