Mi mamá era viuda. Vivía sola en su casa, pero gran parte de su vida la pasaba con mi familia. El 27 de febrero lo pasamos en Maquehua, a 50 minutos en auto de Constitución.

Recuerdo que un parrón cayó sobre la camioneta, y cuando logramos recuperar el vehículo fuimos a Constitución a buscar a mi hija, que estaba en una discoteque. A ninguno de los tres se nos pasó por la cabeza el tsunami. Esa noche había una luna espectacular.

Una hora y media después del terremoto, escuchamos de una radio argentina que, según informaciones del gobierno de Chile, no había ninguna alerta de tsunami, pero no fue así. De pronto nos pescó una tremenda ola, y el instinto de supervivencia me llevó a salir por la ventana. Me agarré de un árbol y ahí me quedé hasta que bajó el agua.

Ese día se me terminó el mundo. Sabía que posiblemente mi hija estaba muerta, mi señora y mi madre también. A mi mamá la encontraron al mediodía. Los bomberos la vieron dentro de la camioneta que había quedado al interior de una casa. La de ella, en tanto, quedó inhabitable.

Mi mamá era de las que arreglaba todo. Vivía pidiendo modificaciones en el departamento porque, al parecer, era como una arquitecta frustrada. También era buena para la costura. Vivía dándome órdenes, pero tenía una relación muy estrecha conmigo. También fue muy amiga de mi señora. Al momento del tsunami ellas estaban tomadas de la mano.

He conversado mucho con ella. Tengo la impresión de que se encuentra con su marido, sus padres y ahora con su hija. Sé que donde sea que esté, está bien.