Mi sobrina estaba de cumpleaños el 25 de febrero e invitó a su mamá a acampar a Curanipe, para celebrar. Cumplía 24 años. Fueron con su pololo, Andrés; novio, en realidad, porque pensaban casarse. Les tocó allá el terremoto y arrancaron como arrancó toda la gente, porque toda la gente que estaba en el camping Curanipe arrancó a los cerros.

Después de media hora ellos dijeron "ya no pasa nada, vamos a recoger todas las cosas y nos vamos rápido". Cuando bajaron se encontraron con la ola. A mi sobrina la habían operado en diciembre de su pierna, entonces ella no corría porque todavía estaba con licencia. Se salvó Andrés porque cuando llegó el mar se abrazó a un árbol. Ellos empezaron a correr, pero como mi sobrina no podía, ella y su mamá fueron arrastradas por el mar. Andrés dice que él se afirmó de un árbol y les gritaba a ellas que hicieran lo mismo, que se tomaran de algo.

Él, después de que las encontró, tomó el auto y llegó aquí, a Talca, a avisar que habían fallecido. Ahí, ninguno creía y empezó la locura de nosotros. La Jacquito era una niña muy amorosa, ella trabajaba cuidando enfermos de forma particular, quería mucho, mucho a su mamá.

Nosotros somos de familia humilde, trabajadora, entonces ella, cuando empezó a trabajar empezó a invitar a mi hermana para que salieran. Cada vez que podía la invitaba a salir. "Vamos pa’ la playa, vamos pa’ Santiago", decía. En enero habían ido a El Médano, habían salido unos días a pasear y ahora habían ido por su cumpleaños a Curanipe. Ella era amorosa, muy cariñosa con su mamá, se preocupaba de ayudarla, de sacarla a pasear. Era demasiado joven para irse, pero era tan buena que uno entiende que Dios se la haya querido llevar, mi único consuelo es que sé que están las dos juntas.