Joaquín, mi primer hijo, era un bebé maravilloso. Tenía una mirada muy profunda que transmitía enorme tranquilidad. Venía como de otra dimensión, era muy celestial, muy equilibrado, llenaba los espacios de amor. Le encantaban los animales y también el contacto con la naturaleza. Era observador y muy despierto.

El día del terremoto fue especial, porque justo en la tarde fuímos a un parque y nos encontramos con una mariposa gigantesca, como tropical. Además la luna estaba enorme y brillaba alumbrando todo, tanto que parecía de día. Más tarde lo fui a dejar a la casa de su mamá y yo me fui de ahí como a las once de la noche.

Cuando ocurrió el terremoto yo estaba cerca de la casa de ella, así que partí de inmediato para allá. Llegué y estaba todo en el suelo. Pensé que habían logrado salir y los empecé a buscar por todas lados, pero no los encontré. Al otro día los bomberos levantaron los escombros y encontraron a mi hijo y a su madre Alejandra.

Siempre tengo la esperanza de que lo voy a volver a abrazar, que estaremos juntos de nuevo porque esto es solo un viaje terrenal.