Mi papá tenía 70 años y todavía trabajaba, en la Viña Santa Cruz, como cabro joven. Él era todo para mí.

Nosotros estábamos en la casa para el terremoto. Cuando terminó de moverse todo, con mis hijos escuchamos gritos que venían de cerca y pedían auxilio. Uno de mis hijos fue a ver y cuando volvió, unos 15 minutos después, me dijo “mi abuelo falleció”. Yo nunca me imaginé que era mi papá, pensé que era otra persona. Me desmayé.

Allá también estaba mi mamá. Mi papá la empujó para sacarla, pero a él, el terremoto lo mató altiro. El derrumbe le cayó en la espalda y lo tiró en medio de dos camas.

Para mí fue muy fuerte perderlo porque él no estaba enfermo, no tenía nada. Nos ha costado muchísimo volver a levantarnos. Estamos bien, pero hasta el día de hoy es un peso muy grande y lo será para el resto de mi vida. Siempre le pido que me ayude y que me dé fuerzas. En estos momentos estoy a cargo de mi mamá y todo lo que pasó la llevó a una depresión terrible, está muy delgada.

Yo a mi papá le daré siempre las gracias por todo lo que nos dió. Su muerte ha sido lo peor. Habrán pasado 10 años, pero a mí, esto fue ayer. No se lo doy a nadie lo que vivimos. Fue mucho.