Le decían Nene, a veces era mal genio, pero muy amigo de los amigos. A mi mamá y a mí no nos dejaba salir, era estricto. Nos criaron en el campo, en Isla de Yaquil, con vacas. Mi mamá hacía queso y mi papá era agricultor.

Trabajábamos desde chicos en el campo, en los regadíos, nos levantábamos a las seis de la mañana y caminábamos tres kilómetros para ordeñar. Mi papá es recordado como el mejor agricultor de la zona, trabajaba arroz, maíz, papas y en todo intentaba siempre hacer lo mejor.

Ahora vivo en Maipú, pero paso mucho tiempo en la casa de mi mamá. Ella tiene 84 años y necesita cuidados especiales porque está muy enferma. Mi mamá vive en Santiago con mi hermano menor, porque sufrió un accidente vascular. Podríamos haber perdido a ambos, pero las cosas fueron diferentes.

Ese verano mi papá nos estaba esperando con la casa lista, limpia, con las sábanas recién cambiadas, pero lo encontraron sentado en su cama, afirmado de una mesa. Le cayeron unas vigas en la cabeza. Cuando llegué, una de sus hermanas y un sobrino ya tenían listo el proceso funerario. No hubo despedida, nunca más volví a verlo.

La casa estaba en el suelo, el resto debieron derribarlo. Mucho ya lo habían robado sus propios vecinos, se llevaron maquinaria y animales, fardos de alimento y una cosecha de 25 sacos de maíz. Entreguemos todo a nuestros seres queridos cuando están en vida y la pérdida de mi padre me ha hecho cambiar el punto de vista de la vida. Uno no se lleva nada material.

Siempre digo que él se fue de viaje y algún día nos vamos a reencontrar. Siempre está ahí, siempre lo recordamos, nunca se ha ido. Cada vez que viajo, me bajo y paso al visitarlo.