Victoria y yo crecimos en Santiago, en La Florida. Allí ella conoció al Jonathan, éramos vecinos, y con mi hermana pololeaban desde el colegio. La “Vicky” era muy alegre, como cabra chica, y el Jonathan era futbolero y bueno para la talla. A mí me molestaba por todo.

Juntos tuvieron dos hijos, Giovanni, de siete años, y Constanza, de cuatro. Lamentablemente yo no pude compartir mucho con mis sobrinos, porque me vine a vivir a Talca con mi pareja.

Para el terremoto ellos estaban de vacaciones en Constitución con la mamá del Jonathan. Mi hermana y su suegra andaban a todo el tiempo juntas, eran bien unidas. El día anterior habíamos conversado porque a la vuelta ella quería pasar a Talca a conocer a mi hija, que tenía 10 días de nacida. Era su primera sobrina.

Esa noche yo estaba acá en mi casa, con mi pareja. Además mi hermano estaba de visita. Cuando todo se empezó a mover lo primero que hice fue tomar a la niña. Las puertas se trancaron pero mi pareja logró abrirlas. Ahí salimos y vimos cómo las calles se abrían.

Como nunca pudimos comunicarnos con la Vicky, mi papá viajó al día siguiente desde Santiago. Mi pareja y un primo lo acompañaron a Constitución. La casa donde falleció mi hermana estaba marcada como revisada y sin gente. Fue mi papá el que los encontró. Dice que estaban los cuatro abrazados.

A mí no me querían contar lo que había pasado, porque estaba recuperándome del parto. Cuando supe, casi se me cae la niña de los brazos, me desvanecí.

Recién el 4 de marzo pudieron volver a Santiago. Mi hermana y Jonathan siempre se preocuparon de mí, siempre mantuvimos contacto y tengo los mejores recuerdos de todos. Han pasado 10 años y el dolor sigue latente. La vida sigue, pero con el dolor guardado. Todavía no me atrevo a conocer Constitución.