Martin era muy especial. Un viejo chico protector de su familia, tranquilo, inteligente y amoroso. En resumen, demasiado bueno para esta vida.

Amaba a mi mamá -su abuela- y ella fue de gran ayuda en la formación de Martin. Recuerdo que en ese tiempo justo se hablaba de que el 2012 sería el fin del mundo, y él me decía “mamá, no te preocupes por eso, si el mundo se acaba cuando uno muere”.

Siempre nos decíamos que nos amábamos hasta el infinito y más allá.

La madrugada del 27-F Martín se encontraba en la casa de mis papás en Concepción, porque yo estaba trabajando en Santiago. Mi hijo decidió que quería estar con los abuelos antes de empezar las clases.

Ese día, Martín estaba en nuestra pieza con su primo Juan Pablo, quien se quedó a dormir para jugar con él. Al primo no le paso nada, se salvó. Todo el muro cayó sobre Martin. Fue todo muy triste y confuso, pero igual llegó mucha gente a acompañarnos a mi familia y a mí.

Desde acá le decimos que lo extrañamos mucho. Extrañamos su voz, risa y alegría. Pero sabemos que nos volveremos a encontrar en algún momento. Y que lo amamos hasta el infinito y más allá.