Pedro era mamón, muy cercano a mí. El segundo de mis tres hijos. Yo trabajaba en un complejo de cabañas en Constitución que está junto al Río Maule, donde tenía un comedor designado que era como mi segunda casa. Mi hijo había llegado ese día a acompañarme y había armado su panorama con cositas para picar y ver juntos el Festival de Viña. Le gustaba la música y quedarse largo rato solo escuchándola, sobre todo la romántica. También le gustaba imitar a Michael Jackson.

Cuando pasó el terremoto yo quedé aislada, porque tuve que salir a hacer una diligencia. Acá siempre se comentaba que podíamos sufrir un tsunami, pero nunca nos dijeron cómo reaccionar, la gente apechugó como pudo. Nunca nos informaron de lo que podía pasar, nadie imaginó que el mar entraría por el río, fue un “sálvese quien pueda”.

Mi hijo mayor intentó cruzar en auto, junto a uno de mis hermanos, hasta las cabañas donde yo trabajaba, pero los pilló la primera ola. El agua entró por el cauce del río y arrasó con todo a su paso. El auto se inundó, pero mi hijo y mi hermano pudieron salir y arrancaron a pie. En cambio, la búsqueda de Pedro duró un mes y recién al segundo le pudimos dar sepultura.

El 2010 iba a ser su último año en el liceo, porque se quería cambiar a un colegio industrial. Tenía 15 años, había pasado a segundo medio y quería estudiar electricidad o mecánica. Le gustaban los autos. Cuando encontraron su cuerpo, enterrado bajo muchos árboles, estaba junto a su bicicleta, que en sus tiempos libres armaba y desarmaba.

Mi hijo está todos los días en mi corazón. Lo más importante para nosotros ha sido apoyarnos como familia, porque lo material se recupera de a poco, pero tenemos que cuidarnos e informarnos, para que podamos proteger a las nuevas generaciones.