A mi hija le gustaban mucho las manualidades. Trabajaba de costurera y lo que veía era capaz de hacerlo. Yo siempre le decía que tenía manos de ángel, porque era muy habilosa.

Sandra trabajaba desde la casa, porque cuidaba a su hija, Estefanía, de cuatro años, y a su hermana, Antonia, que en ese tiempo tenía 7. Sandra iba a cumplir 25 ese 2010. Vivíamos todas juntas en mi casa, frente a la Isla Orrego. Ese día viernes en la mañana se fueron en patota a acampar a la isla para esperar la Noche Veneciana. Fueron con mi yerno, su hermano, la pareja de él y su hijo.

Me desperté esa noche porque se empezaron a caer los muebles de mi casa. Inmediatamente bajé y me fui a la orilla del río. Estuve unos cuarenta minutos, no vi a nadie. Ni la PDI, ni Carabineros, ni la Marina. En la isla se veían las luces de los celulares y se escuchaban los gritos de que los fueran a buscar. Yo pedía que alguien me ayudara a cruzar hacia la isla, pero nadie lo hizo. Al final alguien me agarró y me llevaron cerro arriba para evacuar.

De mi casa salieron ocho personas y volvió sólo el marido de mi hija. No sé qué pasó allá, porque él no quiso hablar de eso nunca más.