“Todo Chile mira hacia el cielo”. Ese fue el titular de La Tercera el jueves 3 de noviembre de 1994. A las 9 de la mañana con 18 minutos de ese día, cerca de 14 millones de chilenos y chilenas serían testigos del último eclipse total de sol del siglo XX.
La televisión realizó una programación especial desde Putre, localidad ubicada en el centro de la franja de ocultamiento del sol. El resto del país lo vio de forma parcial, pero aun así algunos colegios suspendieron las clases y miles salieron a las calles esa mañana para verlo.
El eclipse duró cerca de 3 minutos, 30 segundos más largo de lo que será el de este 2 de julio, “Entiendo que no estuvo completamente despejado, pero que se pudo observar satisfactoriamente”, señala el académico del Departamento de Astronomía de la U. de Chile, Mario Hamuy, quien vivía en La Serena y esa ocasión no pudo trasladarse al epicentro del evento.
Según Erika Labbe, astrónoma y coordinadora de difusión del núcleo de astronomía de la UDP, el ambiente era de mucha expectación. En ese entonces ella era una joven estudiante y participaba de un club de astronomía. “Nosotros teníamos un filtro y nos turnábamos para mirar. Se veía el sol 50% tapado por la luna”.
Desde la independencia, 14 eclipses totales que se han visto en el territorio nacional. Y hace 25 años la expectación era grande. Jorge Ianiszewski, director del Círculo Astronómico de Chile, recuerda que con un grupo de aficionados se organizaron y fueron a Putre. Alojaron la noche anterior en un colegio de la comuna. Esperaban ansiosos. Llevaban cámaras para no perder ningún detalle. No eran los únicos. A pesar de la distancia, la pequeña localidad recibió una considerable cantidad de visitantes.
Cuando llegó la hora, se dio cuenta que lo más espectacular, la verdadera magia, era todo lo que ocurría entorno al eclipse. Justo lo que él no fotografió. “Se oscureció todo, empezó hacer frio y había una luminosidad extraña, pero no lo capté por estar preocupado del fenómeno mismo”.
La oportunidad fue aprovechada por los científicos para estudiar la corona del sol. Pero más allá de la ciencia, “vivir el momento y estar bajo la sombra de la luna, fue espectacular”, dice Ianiszewski.
Aunque para los fanáticos el entusiasmo era el mismo que viven en estos días, la distancia de Putre de gran parte del país hizo que en la mayoría de la población “el entusiasmo fuera menor”, dice la doctora en Astrofísica y Premio Nacional de Ciencias Exactas 1997, María Teresa Ruíz. En esta ocasión, la zona de mejor visibilidad del eclipse, ubicada en las regiones de Coquimbo y Atacama, es mucho más cercana a Santiago y posee una oferta turística bastante desarrollada.
La preparación para observarlo fue también marcadamente distinta. La tónica fueron proyectores caseros, radiografías o vidrios oscuros, para visualizarlo. Algunos, los menos, tenían lentes certificados o visores con filtros de material plástico. Fotografías de la época muestran al presidente Eduardo Frei-Ruiz-Tagle, que comenzó el 11 de marzo de ese año su periodo, con un vidrio oscurecido viendo el fenómeno.
Jorge Ianiszewski realizaba un programa radial sobre astronomía en la Radio Universidad de Santiago y allí, en medio de las efemérides que daba a conocer, comenzó a difundir el evento, “pero no hubo gran expectación, el ánimo previo fue mucho más discreto”. Hoy, admite, estamos todos infinitamente más interesados en el tema. “Quienes nos dedicábamos a la difusión de la astronomía éramos muy pocos”, sostiene.
Pero sin importar la fecha, los eclipses rompen con uno de los principales problemas de divulgar ciencia, el cómo llevar los temas científicos al público común, reflexiona Erika Labbé. En palabras simples, nadie puede ser indiferente a un eclipse, al hecho de quedar en penumbras en medio del día. “La sensación de estar presenciando al universo en acción es abrumadora. Una experiencia positiva, única e irrepetible”, destaca la astrónoma.