Le faltaba poco más de una cuadra para llegar a su casa, una pieza que arrienda en la calle Manuel Bulnes con Janequeo, en la ciudad de Concepción. El toque de queda había comenzado a las 6 de la tarde ese martes 22 de octubre, pero a esa hora Gastón Alejandro Santibáñez (a él le gusta que le digan Alejandro), recién salía de su trabajo, en la constructora Santa María, ubicada en la calle Cochrane. Las faenas habían terminado a las 14.30, pero había tenido que quedarse hasta esa hora para firmar el libro. Solo así le pagarían el día.
Hacía el mismo recorrido cada jornada. En las mañanas, caminando apurado, le tomaba unos 30 minutos. En la tarde, ya más relajado, podía demorarse unos 45. En eso estaba cuando se topó con un grupo de estudiantes que venían corriendo. “Caballero, venga a esconderse acá, que los milicos están disparando”, dice que le advirtió uno de los jóvenes.
Y eso fue lo que hizo. “Me escondí al lado de un árbol, debajo de una escala. Tuve miedo. Creo que a todos les pasaría lo mismo. Yo venía del trabajo y no estaba haciendo nada”. En esos instantes una mujer grababa desde un departamento cómo los militares reducían a varias personas. En el breve video, que fue viralizado en Twitter, se ve a Santibáñez caminando lentamente, un militar en frente suyo y otro detrás.
"Oiga, si yo vengo del trabajo", dice Santibáñez que le dijo al militar que tenía al frente. Entonces intentó abrir la mochila que traía, para mostrarle su ropa y sus zapatos de seguridad. "Pensó que yo iba a sacar algo para hacerles daño a ellos, y ahí fue cuando me mandó el disparo en la pierna". Acto seguido, lo tiraron al suelo y lo esposaron.
Ese video, que se viralizó en las redes sociales, es solo el extracto de uno más largo, al que Radio Bío-Bío tuvo acceso. En él se escuchan algunos aplausos mientras arrestan a a algunas personas. "Déjense de aplaudir", se escucha decir a una voz de mujer, y de inmediato a una señora mayor dice: "Aquí, acá", siendo nuevamente interrumpida por la mujer más joven:
"Señora, no sea copuchenta"
Pero la señora sigue y otra mujer se le une: "Aquí hay dos", agrega. Uno de ellos es Alejandro Santibáñez, quien a los pocos minutos está siendo esposado en el suelo.
Mauricio Gándara, periodista de Bío-Bío en Concepción, explica que cuando el video se hace público, es fácil para los habitantes del edificio desde donde se grabó reconocer a las personas que les indican a los militares que hay unos hombres escondidos: una señora y su mamá, ya anciana.
Es a través de los vecinos del edificio que el reportero consiguió el video original. "En los blocks de departamentos desde donde se grabó el video hay una mezcla entre adultos mayores y estudiantes universitarios. Conversé con la gente que vive allí y se podría decir que se crearon dos 'bandos'. Están los más mayores, muy asustados, porque quedaron sindicados como 'sapos', y los más jóvenes, que se defienden argumentando que hay una exageración de todo el asunto", dice el periodista.
Lo concreto, agrega Gándara, es que a la señora acusada de gritarles a los militares le entraron a rayar el departamento. "Les hicieron una funa", relata el periodista. Alejandro Santibáñez dice que vio el video en el hospital y que cuando salió quiso ir a buscar a esta mujer solo para preguntarle: "¿Por qué lo hizo?". Supo también que la tenían amenazada, que los hijos tuvieron que sacarla del departamento y que ahora parece que lo están vendiendo.
"Yo solo quiero entender qué ganaba ella con todo eso, se echó toda la gente encima. Tampoco me parece bien lo que le está pasando".
Muchas cosas pasaron, por supuesto, antes de que Santibáñez pudiera volver al lugar donde le habían disparado. Tras su detención, los militares lo arrastraron a la calle, y ahí lo dejaron por largo rato, con su pierna desangrándose. Varios reporteros gráficos fueron testigos de esto y confirmaron la versión de Santibáñez solicitando anonimato. De hecho, fue solo gracias a la acción de uno ellos que una ambulancia logró llevárselo.
Alejandro lo recuerda bien. "El reportero me rajó la ropa, los pantalones y me hizo una amarra arriba para que no me siguiera corriendo la sangre. Me tuvieron como hora y media botado".
A medida que avanza en su relato, la historia de Alejandro Santibáñez se va tornando cada vez más compleja. La ambulancia lo lleva al Hospital Regional, donde lo operan. Cuenta que como el disparo fue directo al cuerpo, el cartucho de 15x5 entró completo en su pierna. "No solo la munición", explica.
La enferma que lo recibió le sacó fotos a su pierna y se quedó con su teléfono mientras lo operaban. Hasta hoy el obrero afirma que los militares quieren quitárselo, porque tiene muchas fotos y videos que sirven de evidencia.
Hay cosas que nadie sabe, agrega Santibáñez. "No le puedo contar, porque me puedo meter en problemas", dice, haciendo alusión a la carpeta investigativa que lleva la Fiscalía de Concepción. Pero luego continúa: "Los militares me sacaron del hospital, me tiraron como un saco de papas a un camión y me dejaron en una comisaría". A las 10 de la mañana lo iban a ir a buscar, agrega, pero carabineros lo sacó antes, a las 5 de la mañana.
"Quizás no se lo estaría contando si no me sacan los carabineros".
Eventualmente, el hombre terminó en la Mutual de Seguridad. Como el evento había ocurrido en el trayecto de su trabajo a la casa, ahí debía internarse. Sin embargo, cuenta que la empresa no aceptó lo sucedido como un accidente del trabajo. "El médico me dijo que iba a tener que darme un 'alta forzosa', porque la empresa no me apoyó, no me reconoció, y si quería quedarme, tenía que pagar 150 mil pesos de mi bolsillo".
El domingo 3 de noviembre Santibáñez cumplió 51 años. Dice que no se le notan, porque nunca fue "farrero", porque tiene cara de chiste. Pero ese día no tuvo nada de chistoso. Estuvo solo en su pieza.
Un día después de su cumpleaños, la Corte de Apelaciones de Concepción decretó prisión preventiva por los cuatro meses que dura la investigación para el sargento Héctor Hernán Herrera, quien había sido formalizado por el delito de apremios ilegítimos.
Alejandro dice que vio los videos con el fiscal, muchas veces. "Yo no andaba con nada para atacarlos", se defiende, respondiendo a las versiones de que un cuchillo se habría caído de su mochila. El uniformado, por su parte, ya contaba con tres condenas anteriores por lesiones leves.
La herida ya se le ha abierto tres veces y está con antibióticos para no sufrir una infección. Necesita curaciones día por medio, pero "en la Mutual dicen que no pueden atenderme, entonces fui a un consultorio. Me ayudaron, porque se me abrieron los puntos cuando me caí de un bus al bajar, pero ahora dicen que no me pueden atender más".
Y cuando llevó su licencia médica a la constructora, no se la recibieron. "Me dijeron que no iban a hacer nada por mí. Después me llamaron para decirme que me iban a pagar, pero con la condición de que firme una 'renuncia voluntaria'. Yo consulté a un abogado y me dijo que si hacía eso perdía mis licencias, perdía todo", relata el hombre. "Yo que me saqué la mugrienta por ellos, pero como ya no les sirvo, me botaron".
Por todo esto, Alejandro Santibáñez dice que se siente como "un pájaro perdido". Que militares de civil lo han amedrentado en el centro de la ciudad. Que no tiene a nadie. Que le cierran las puertas en todos lados. Pero que él quiere salir adelante.
¿Le digo un poema?
"Para que no se vaya a quedar tan triste", dice al despedirse.